Una rubia tentadora de construcción diminuta lista para romper el suelo lleva un enorme consolador negro. A ella no parece importarle el tamaño ni la falta de él, juega y se da placer a sí misma, y sí llega a dejar que el camarógrafo la toque. Muchos cineastas darán fe de la proposición de que el sexo en pantalla, como componente de la cultura visual y de su arte, es elemental, apasionado, complejo y directo: historia sexual granular y una representación de lo real que es salvaje y primitivo.