La tentadora atada lucha y se traga una sucia mordaza de bola más una buena paliza. Su sentido del olfato se pierde en su hocico peludo porque la azotan sin piedad. ¿El clímax? Oh, un polvo tan ferviente, y su bozal – ¡sin tocar! Esto, sin embargo, es la esencia misma del BDSM.